"Madelin se desconectó de la red…"
Te acostumbras tanto a una persona que, después de un tiempo, ya no puedes vivir sin ella. Las personas no satisfacen tus necesidades de afecto, amor o compañía; por el contrario, las crean. Porque antes de saber siquiera que ella existía en este mundo, no la necesitaba, pero ahora ya no puedo vivir sin que un día no aparezca en mi mente; no puedo vivir sin esos ojos enormes, sin esa sonrisa sacada de un comercial de TV. Me es imposible tan siquiera pensarlo por un instante.
En realidad, no fue difícil encontrarnos, gracias a las redes sociales donde subes tus fotos, videos y textos. Donde la mayoría aparenta ser lo que no es, pero desearía serlo, nada es complicado.
Y es que hablar por mensaje, a pesar de los miles de kilómetros que te pueden separar de una persona, es algo tan sencillo que cuesta trabajo creerlo. Pero es la realidad. Si alguien me hubiera dicho que conocería al amor de mi vida en redes sociales, no le habría creído del todo, porque solía pensar que no se le podía llamar amor a ese tipo de vínculo, y por lo tanto, es complejo que una relación a distancia funcione. Alguna vez leí en una revista que las parejas se separan por una mala comunicación, o al menos estaba en el top 3 de las causas de ruptura. Es interesante, porque si estando físicamente presente la comunicación falla, no me puedo imaginar algo a distancia. Pero te aferras a lo posible, a la probabilidad mínima; quieres creer, por tu bienestar (o quizá no), en el poder y la magia del amor… pero solo del amor de novelas, porque en la vida real no conozco un caso de éxito similar.
Después de una semana de tenerla agregada como amiga, empezamos a hablar de las cosas más cotidianas: de cómo era su estilo de vida, de lo pesada que era la escuela. Al parecer, estudiar Psicología no es sencillo ni aquí ni en el norte del país. Me daba mucha curiosidad cómo era su vida; a veces pensaba que vivía en un mundo totalmente diferente al mío, a pesar de estar en el mismo país. Pero eso no me desagradaba; al contrario, me encantaba su tesitura de voz con ese acento peculiar, como arrastrando la letra "s", combinado con la melodía suave pero a la vez ronca de su voz.
Mi celular se volvió mi gran aliado, porque pasaba muchas horas al día deslizando el dedo por la pantalla y tecleando una y otra vez. Tanto lo usaba que tenía que cargarlo a mitad del día. Qué incongruente te puede volver el amor, porque solía criticar el uso excesivo del celular. Mi frase favorita era: “el celular en exceso te puede conectar con los demás, pero te desconecta de los que quieres”. Repito: qué incongruente te hace el amor.
Las noches eran lo mejor; pasábamos horas intercambiando ideas y quejándonos de este mundo. Al principio solo era texto. Después empezaron las fotos de lo que hacíamos día a día: de su trabajo, de sus ratos libres, de cómo aprendía a manejar. A su vez, yo le mandaba fotos de mis actividades, le contaba gráficamente lo que me sucedía, lo bueno y lo malo. Me sentía tan bien, tan importante, querible… y, sobre todo, amado.
No sé si eso sea bueno o malo, pero me estaba acostumbrando tanto a ella y a sus mensajes, que cuando trabajaba sentía que mi celular vibraba todo el tiempo, y lo primero que pensaba era que era un mensaje de ella. Lo revisaba una y otra vez, pero solo era mi imaginación: no vibraba ni había notificaciones. Solo eran las ansias de saber de ella y qué estaba haciendo a cada hora. Poco a poco, sin darme cuenta, mi mundo giraba solo en torno a ella, como si fuera una órbita.
Con esta nueva dinámica, pasaron semanas, luego meses. Entre llamadas, mensajes y videollamadas, imaginábamos cómo sería el día en que nos conociéramos. En esos pensamientos, siempre había preguntas: ¿seríamos compatibles? ¿Las conversaciones fluirían igual que por mensaje? ¿Todo esto tiene algún sentido? ¿Estaremos destinados?
En una de tantas videollamadas, hablando de su familia y la mía, prometimos hacer todo lo posible por vernos en persona. Inmediatamente me puse a investigar cuánto tiempo tardaría en llegar a su ciudad, cuánto costaría y cuánto tardaría en juntar el dinero. Haciendo cuentas, tardaría unos dos meses.
No solo el amor te hace incongruente; también te impulsa a enfrentar cosas nuevas y salir de tu zona de confort. Era la primera vez que haría un viaje tan largo para ver a alguien, y a un lugar que nunca había visitado. Pero no era cualquier persona; era la persona que había cambiado mi mundo por completo.
Ella logró que, en un mundo lleno de tonalidades grises, por fin empezara a ver los colores de la vida. Con ella tenía un motivo, una esperanza, un porqué.
Pero el amor no solo te da motivos; también te hace pasarla mal. Con el paso de los días, notaba algo diferente. Como cuando te acostumbras a un cuarto lleno de cuadros, y un día los quitas y todo se siente incompleto. Así era.
Sus mensajes se volvían más lejanos en el tiempo. Entraba constantemente a nuestro chat y veía el último mensaje que le había enviado, que solía ser una declaración de lo que sentía por ella. Siempre me ha gustado la poesía, y cada noche le mandaba una frase o texto que me nacía del alma. El amor también te hace cursi.
Ella sí se conectaba, pero no respondía, o lo hacía mucho después. Arriba, en nuestro chat, siempre veía: "Madelin se desconectó de la red…". ¿Qué estará haciendo? A partir de ahí, las noches mágicas se volvieron una agonía.
Tras varios días de esa nueva dinámica —mensajes cada mil horas por parte de ella— le pregunté directamente qué pasaba. No me arrepiento de haberlo hecho, solo que su respuesta me generó aún más dudas. Por primera vez, sentí miedo… y un leve dolor en el estómago.
Hasta que un día pasó lo esperado. Ese día llovía muy fuerte en la ciudad, como si el cielo tratara de decirme algo. Ella dejó de contestar. "Madelin se desconectó de la red…"
Algo estaba mal. Mandaba mensajes, pero no había respuesta. Entonces, ¿qué pasó? ¿Le pasó algo? ¿Fui yo? Estaba tan angustiado que la busqué en otra red social. Sí, había subido algunas fotos con lo que parecían ser sus amigas de la universidad. Cada día entendía menos. Ya no podía concentrarme, las noches eran eternas, todo me daba vueltas. ¿Y si le enviaba otro mensaje? ¿Y si le volvía a llamar? Me desvelaba solo de pensar cosas tontas. En el día, sentía que algo me faltaba. A veces tenía esa sensación de un hoyo en el pecho, me costaba respirar y tenía ganas de llorar. Lo peor era cuando eso pasaba en público, porque debía aguantarme; nunca me ha gustado llamar la atención. En el trabajo, no sé cuántas veces iba al baño solo para mojarme la cara y tratar de centrar mis pensamientos. “El amor también te hace pasarla mal”, me repetía una y otra vez.
Madelin trastornó mi vida por completo. Perdí la noción del tiempo, me mordía las uñas, no hablaba con nadie. Me volví callado; nada me interesaba si no era ella. Ni la música ni la literatura me llenaban. Ir a trabajar era una tortura. Veía el reloj y el minutero pasaba eternamente. Mi vida comenzaba a las 3 o 4 de la madrugada: la hora a la que me despertaba a pensar, dormir y volver a pensar… sin encontrar una solución.
Le volví a mandar un mensaje, y al no recibir respuesta, me enojaba con ella por no contestarme, pero también conmigo, por haberlo enviado. A veces escribía mensajes y luego los borraba sin enviarlos.
Me arrepentí, en especial, del último que sí envié. Le dije que necesitaba conocerla, que se había convertido en el aire que me daba vida, que sus mensajes y sus llamadas eran mi sostén.
Pero en el chat, como siempre, la misma frase: "Madelin se desconectó de la red…". Está bien. Lo que pensé entonces fue ir a buscarla; creí saber cómo dar con su dirección y preguntarle cara a cara qué estaba pasando. Ya tenía casi todo planeado… hasta que recibí un mensaje de ella:
“Nunca había sentido tanto en tan poco tiempo. Creo que el amor puede llegar a ser algo incierto. Te amo.”
Sí, creo que el amor puede ser algo confuso. Quise responderle, pero arriba… la misma frase:
"Madelin se desconectó de la red…"
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